Humanismo Soka
Estaba casada con Nanjo Hyoe Shichiro. Ella y su marido eran firmes discípulos de Nichiren. Sin embargo, siendo joven y mientras estaba embarazada le tocó enfrentar la pérdida de su marido. En ese entonces, Nanjo Tokimitsu, tenía apenas siete años. El Daishonin le ofreció un aliento profundamente sincero en ese período de intensa lucha contra el pesar, cuando en pleno duelo tuvo que dar lo mejor para proteger y criar por sí sola a una familia numerosa. En ese momento la alentó con las siguientes palabras: «Ni la tierra pura ni el infierno existen fuera de nosotros mismos; ambos se encuentran en nuestro corazón. Cuando uno toma conciencia de esto, pasa a llamarse buda; mientras lo ignora, sigue siendo una persona común. (...) y quien abrace el Sutra del loto comprenderá que el infierno es, en sí mismo, la Tierra de la Luz Tranquila». [1] Algunas de las escuelas religiosas de ese entonces postulaban que la felicidad solo era accesible después de la muerte, en un lugar conocido como «Tierra Pura de la Perfecta Felicidad», distinto y separado de este mundo. Sin embargo, el Daishonin le enseñó que ni el infierno ni la tierra pura existían fuera de nosotros, y que ambas se generaban en nuestro corazón. También reveló que, mientras tengamos fe firme, podemos transformar cualquier situación. En otras palabras, transformar el sufrimiento del infierno en una profunda felicidad, en una «Tierra de la Luz Tranquila». Con ese potente aliento presente en su conciencia, la monja laica de Ueno mantuvo firme su fe y su práctica.
Dispuesta a perpetuar el espíritu de su difunto esposo, la monja laica de Ueno fue una mujer de fe firme. Crió de tal manera a Nanjo Tokimitsu y al resto de sus hijos, que todos fueron sucesores de su padre como sinceros practicantes del budismo de Nichiren.
Durante la persecución de Atsuhara, la monja laica oró por su hijo Nanjo y lo apoyó en la lucha valiente que este estaba librando en la primera línea para proteger a los discípulos del Daishonin, incluso refugiando a varios de ellos en su propia casa. Después de este período difícil, ella recibió con alegría el nacimiento de un nieto, hijo de Tokimitsu. Pero su felicidad volvió a convertirse en congoja poco después, con la muerte inesperada de Shichiro Goro, su hijo menor, apenas un adolescente. En ese momento, Nichiren le escribió: «Aun a temprana edad, ya seguía las huellas de ese hombre sagaz que fue su padre. No tenía ni siquiera veinte años cuando decidió entonar Nam-myoho-renge-kyo y se convirtió de ese modo en un buda. (…) Cuando usted, que tanto lo amaba, sienta congoja por su ausencia, entone Nam-myoho-renge-kyo y ore para renacer en el mismo lugar, junto al fallecido Shichiro Goro y a su difunto esposo Nanjo (…) ¡Qué inmensa será la alegría de los tres, cuando se reencuentren frente a frente!» [2] Asimismo, también le expresó:
«El sutra afirma: “Si hay personas que escuchan la Ley, ni una sola dejará de lograr la iluminación”. (…) aunque fuera posible apuntar a la tierra y errar, aunque el sol y la luna cayeran al suelo, o llegara una época en que las mareas cesaran de subir y bajar, y las flores en verano no se convirtieran en frutos, jamás podría suceder que una mujer que entona Nam-myoho-renge-kyo no se reúna con su amado hijo». [3]
A partir de este aliento, su forma de responder a tan terrible adversidad fue fortalecer su fe y su práctica, tal como su maestro le había enseñado. Finalmente, sobreponiéndose a los duros reveses del destino, esta admirable mujer vivió una existencia noble y triunfal dedicada al kosen-rufu.
CITAS
[1] END pág. 478
[2] Ib., pág. 1120
[3] Ib., pág. 1138