Humanismo Soka
La alegría de la unión: ¿es posible ser feliz en soledad?
¿Qué significa realmente sentirnos valiosos como personas? ¿Cómo podemos construir una vida plena y satisfactoria sin necesidad de compararnos con los demás? Estas preguntas nos invitan a reflexionar sobre nuestra percepción del valor personal y el impacto que tienen nuestras relaciones con otros en nuestro bienestar. La búsqueda de la felicidad no está en la competencia ni en la comparación, sino en encontrar un propósito propio que nos conecte genuinamente con el mundo que nos rodea.
Cuando nos dejamos llevar por la idea de que nuestro valor como personas es el resultado de la comparación con los demás, entonces la única manera de sentirnos contentos con nuestra vida es creernos superiores al resto. Incluso cuando percibimos una suerte de «falsa confianza» a partir de ese sentimiento, fácilmente corremos el riesgo de volver a sentirnos inferiores ante el mínimo cambio de las circunstancias.
Constantemente temeremos del progreso de los demás: nuestro deseo de su felicidad y la genuina alegría por sus triunfos desaparecerá ante la sombra del miedo a perder. Nos hace entrar en un estado de verdadera inseguridad, y esto facilita que podamos enojarnos con mayor frecuencia. De hecho, una definición budista del enojo refiere al deseo en cada momento de ser superior a todo el resto, sin poder tolerar ser inferior a nadie más.
Cuando nos alejamos de las personas y nos aislamos, o cuando no tenemos la capacidad de aprender de los demás, estamos permitiendo a la arrogancia de nuestra vida ganar terreno sobre nuestro corazón.
Llegados a este punto, podemos preguntarnos: entonces, ¿cómo se construye verdadera confianza en uno mismo? El budismo explica que cuando hacemos daimoku (repetición de Nam-myoho-renge-kyo), somos capaces de revelar nuestra genuina naturaleza que proviene de un estado interior de Budeidad, que todos tenemos, y comprendemos entonces, desde lo más hondo de nuestro ser, la infinita dignidad que posee nuestra vida.
Al hacer surgir este estado de vida, de absoluta tranquilidad, mientras nos desarrollamos como valores humanos siguiendo las enseñanzas de nuestro maestro, sentimos el orgullo de construir existencias valiosas que constantemente están progresando. Sin necesidad de demostrarlo, manifestamos la tranquilidad que nos brinda nuestra fe, y no solo nos alegramos por la victoria de nuestros amigos, sino que incluso deseamos de todo corazón su mayor felicidad, y hacemos todo lo posible para ayudarlos a construir existencias dichosas.
¿Dónde está la felicidad, entonces? ¿En estar constantemente mirando a los demás y albergando cierto recelo hacia sus triunfos? ¿O es que en realidad, cuando rompemos nuestra propia coraza y comprendemos los profundos lazos que nos unen con los demás, encontramos en la armonía una natural alegría, genuina y brillante? La verdadera unión con las personas que forman parte de nuestra vida nos produce verdadera felicidad.
El maestro Ikeda una vez alentó así a un joven: «No hay ninguna necesidad de que se comparen con los demás; es la vida de ustedes. La pregunta importante es: «¿Qué sienten de verdad y qué piensan en lo más hondo de su ser?» [...] Lo que cuenta es que lleguen a ser personas capaces de apreciar, valorar, cuidar y ver con agrado su propia vida valiosa e irremplazable.
Para eso, para llegar a revelar su Budeidad innata tal como son, es fundamental entonar Nam-myoho-renge-kyo. La práctica del daimoku no solo les brindará una magnífica confianza en sí mismos, sino que también adornará su vida con la dignidad y el brillo de su mayor potencial.
Les pido que tengan total convicción en ustedes mismos, porque están viviendo la vida más noble y poseen el corazón más bello».[1]
Florecer, tal cual soy
Existe en el budismo un principio que explica que cada uno, así como es, tiene en su interior un infinito potencial. Después de todo, cada uno es único y diferente. Este principio, denominado «Obai-tori», que refiere a la floración de los árboles frutales. Explica que cada árbol, ya sea por ejemplo un cerezo o un ciruelo, es distinto a otro, pero que de igual manera cada uno florece exhibiendo sus propias características. ¿No sería un despropósito que un cerezo se propusiera tener flores como las que tiene el ciruelo?
De la misma manera, cada persona es un sujeto propio y distinto. Al respecto, el maestro Ikeda dijo: «Hay una diferencia entre «ser como uno es» y «quedarse como uno está». Si te conformas con «quedarte como estás», no podrás crecer ni desarrollarte. Pero si indagas profundamente quién eres de verdad y cuál es tu propósito en la vida, y si te desafías sin descanso, harás florecer tu misión en la vida. Eso es lo que ocurre cuando ponemos en práctica el principio sobre la floración de los árboles de cerezo, ciruelo, durazno y albaricoque. Para vivir de manera genuina y fiel a ti mismo, es necesario que hagas tu propia revolución humana; es decir, que mantengas un ritmo de desarrollo en el nivel más profundo». [2]
«Todos son mis maestros»
En conclusión, no todas las personas rebozamos de una confianza total y absoluta (en general, lo más normal es que sintamos inseguridad), pero lo importante es que pongamos nuestro foco en seguir creciendo y avanzando en nuestro camino, haciendo brillar nuestro espíritu y esforzándonos en crear valor positivo del que nos sintamos orgullosos.
El famoso escritor japonés Eiji Yoshikawa dijo: «Todos son mis maestros». Cuando constantemente estamos ampliando nuestra vida y creciendo como personas, no dejamos de expandir nuestros horizontes y esto acrecienta nuestra confianza. «Siempre estén abiertos a aprender de los demás», expresó el maestro Ikeda. «Si ven a alguien cuya fe o cuya vida familiar los inspira, tengan la actitud de tomarlos como ejemplo. Se puede aprender de cualquier persona. Creo que la grandeza genuina de un individuo va de la mano con la humildad y la disposición a aprender del prójimo». [3]
Cuando tomamos una profunda decisión de luchar por lo correcto, somos capaces de hacer surgir nuestro máximo potencial. Cada día, expandimos nuestras capacidades. Quizás, si lo hiciéramos sólo por nuestros propios deseos, no seríamos capaces de desarrollarnos tan inmensamente como lo hacemos cuando es por algo más grande que nosotros mismos, que nos trasciende. El maestro Ikeda constantemente instó a sus discípulos a construir vidas significativas y grandiosas basadas en la lucha por la paz y la felicidad del género humano.
Es común sentirnos solos, abatidos por nuestras circunstancias, o resignados ante lo que nos depara la vida… Sin embargo, si salimos de nuestro propio aislamiento y construimos vínculos sinceros con las personas que nos rodean, podremos transformar nuestros sufrimientos en un motor de avance para nuestra vida. Y así , sin falta, nos vamos acercando a consolidar en nuestro interior un estado de verdadera felicidad.
CITAS
[1] IKEDA, Daisaku. La sabiduría para ser feliz y crear la paz, Capítulo 12 - El principio de la floración de los «cerezos, ciruelos, duraznos y albaricoques». Azul Índigo, 2015.
[2] Ib.
[3] IKEDA, Daisaku. La sabiduría para ser feliz y crear la paz, Capítulo 24: «Líderes que guían a los demás a la felicidad». Azul Índigo, 2017.