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«Somos tan distintos e iguales» - El principio de Obai-tori

«Somos tan distintos e iguales» - El principio de Obai-tori

«Somos tan distintos e iguales» - El principio de Obai-tori

Humanismo Soka

jueves, 27 de junio de 2024

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Nichiren Daishonin, maestro budista del siglo XIII y fundador del budismo que practicamos en la Soka Gakkai, expresó: «El ciruelo, el cerezo, el durazno y el albaricoque, cada uno con su propia entidad, sin experimentar ningún cambio, poseen los tres cuerpos [del buda] de los que están eternamente dotados». El budismo de Nichiren Daishonin, expone un principio basado en la floración de los árboles frutales, llamado en japonés Obai-tori. Así como cada árbol frutal es bello y florece de acuerdo a sus propias características, cada persona posee una personalidad y cualidades distintivas, que la hace respetable y noble, al igual que las demás. La práctica budista tiene como propósito que cada individuo forje una sólida identidad, para vivir de manera auténtica y construir la felicidad siendo fiel a sí mismo.

Nichiren Daishonin, maestro budista del siglo XIII y fundador del budismo que practicamos en la Soka Gakkai, expresó: «El ciruelo, el cerezo, el durazno y el albaricoque, cada uno con su propia entidad, sin experimentar ningún cambio, poseen los tres cuerpos [del buda] de los que están eternamente dotados». El budismo de Nichiren Daishonin, expone un principio basado en la floración de los árboles frutales, llamado en japonés Obai-tori. Así como cada árbol frutal es bello y florece de acuerdo a sus propias características, cada persona posee una personalidad y cualidades distintivas, que la hace respetable y noble, al igual que las demás. La práctica budista tiene como propósito que cada individuo forje una sólida identidad, para vivir de manera auténtica y construir la felicidad siendo fiel a sí mismo.

Nichiren Daishonin, maestro budista del siglo XIII y fundador del budismo que practicamos en la Soka Gakkai, expresó: «El ciruelo, el cerezo, el durazno y el albaricoque, cada uno con su propia entidad, sin experimentar ningún cambio, poseen los tres cuerpos [del buda] de los que están eternamente dotados». El budismo de Nichiren Daishonin, expone un principio basado en la floración de los árboles frutales, llamado en japonés Obai-tori. Así como cada árbol frutal es bello y florece de acuerdo a sus propias características, cada persona posee una personalidad y cualidades distintivas, que la hace respetable y noble, al igual que las demás. La práctica budista tiene como propósito que cada individuo forje una sólida identidad, para vivir de manera auténtica y construir la felicidad siendo fiel a sí mismo.

¿Qué implica ser fiel a uno mismo?

Nichiren Daishonin se refiere a los cerezos, ciruelos, duraznos y albaricoques diciendo que cada uno de ellos representa la verdad suprema con sus propias características, tal como son, sin sufrir ningún cambio. Este principio brinda una enseñanza que puede aplicarse a nuestra forma personal de vivir. El cerezo florece como solo él puede hacerlo, fiel a su propia naturaleza y condición. Lo mismo cabe decir del ciruelo y los demás árboles frutales. El budismo nos enseña el modo en que cada uno de nosotros, tal como somos, podemos alcanzar la felicidad y hacer surgir lo mejor de nuestra disposición y potencial innatos; a través de la práctica budista de entonar Nam-myoho-renge-kyo podemos fortalecer los aspectos positivos de nuestra naturaleza.

El maestro Ikeda señala:
«La importancia de la religión puede verse en el contexto del autoconocimiento; es decir, como herramienta para conocernos, conocer la naturaleza humana y aprender cuán preciada es la vida [...] Cuando uno vive fiel a sí mismo, revela su valor genuino como ser humano. El budismo enseña el concepto de ‘revelar la propia naturaleza intrínseca’. Esto significa manifestar la verdadera identidad esencial, extraer el máximo potencial interior y, de ese modo, iluminar todo lo que existe alrededor.»

Avanzar libre y firmemente en la revolución humana

En una oportunidad, el maestro Ikeda alentó con estas palabras a un joven preocupado por la cuestión de la individualidad:

«Lo correcto es que seas tal como eres. Pues tu propia individualidad es digna de respeto. Cuando uno finge ser alguien que no es o adopta una personalidad ficticia, se debilita y rebaja su valor. No obstante esto que digo, hay una diferencia entre “ser como uno es” y “quedarse como uno está”. Si te conformas con quedarte como estás, no podrás crecer ni desarrollarte. Pero si indagas profundamente quién eres de verdad y cuál es tu propósito en la vida, y si te desafías sin descanso, harás florecer tu misión. Eso es lo que ocurre cuando ponemos en práctica el principio de la floración [...] es necesario que hagas tu propia revolución humana».

Desde esta perspectiva, la felicidad esencial es activar la Budeidad latente mediante la entonación de Nam-myoho-renge-kyo, para reconocer y desplegar al máximo nuestro potencial, y cumplir nuestra misión en el lugar donde nos toque estar, sin depender de las circunstancias inmediatas o de los factores externos.



¿Qué relación hay entre ser fiel a uno mismo y valorar la singularidad de los demás?

Como pudimos ver en el vídeo, en el Sutra del loto, esencia de todas las enseñanzas budistas, encontramos la parábola denominada “la parábola de las tres clases de hierbas medicinales y las dos clases de árboles”. Esta subraya como ninguna otra la diversidad de los seres vivientes.

Claro está, el budismo no niega que existan diferencias entre las personas. Por el contrario, la enseñanza del Buda reconoce con toda claridad las diferencias entre los seres humanos, pero no discrimina entre ellos. Es una enseñanza que nos impulsa a cultivar nuestro amor compasivo para respetar la individualidad de las personas y su propósito es que cada una manifieste libremente sus cualidades irrepetibles.

La expresión flores humanas transmite la imagen de una multitud de seres que florecen exhibiendo, cada uno, su rica y singular individualidad. Los seres vivientes, los seres humanos, son diversos por naturaleza. Podemos decir que un Buda, es quien percibe, quien entiende la genuina naturaleza de su propia vida. Por ende, puede valorar la vida de los demás y a su vez, valorar su propio ser. Lo puede hacer porque reconoce en ella el mismo valor de todo el universo. Entiende que la vida de cada uno de nosotros es tan valiosa como todo el universo. Por eso, en el estado de Buda brota el espíritu de hacer del mundo, del universo entero, un lugar pacífico y sereno. Es un deseo natural, y la práctica del budismo nos permite darle expresión concreta a través de nuestra revolución humana y de nuestras acciones a ese anhelo que todos los seres humanos abrigamos en nuestro corazón.

Construir un mundo armonioso de diversidad humana

La analogía de la de valorar lo diverso, que se aplica por igual tanto a los seres humanos como a los ámbitos naturales o sociales. La misión primordial del budismo es permitir que cada individuo florezca con la expresión plena de su potencial. Sin embargo, las personas no podemos realizarnos a expensas de los demás o en conflicto con la realidad circundante, sino solo mediante la valoración activa de las diferencias y de la singularidad. El respeto que sentimos por la vida ajena, vuelve a nosotros, infaliblemente, como la imagen de un espejo, para ennoblecer nuestra vida. El maestro Ikeda expresó al respecto:

«Cada persona posee una misión, una individualidad y una forma de experimentar la vida que le son propias. Quiero invitarlos a que reconozcan y respeten esta verdad. Así funciona el mundo de las flores, donde coexiste una infinidad de especies, y todas florecen en armonía desplegando su potencial y belleza. [...] Cada persona tiene derecho a florecer, a revelar plenamente su potencial y a cumplir su misión en la vida. Así como esta prerrogativa es de ustedes, también les corresponde a todos los demás. En esto consisten los derechos humanos».

El ideal que abraza la filosofía budista es precisamente cultivar en las personas y en los pueblos sus cualidades distintivas, para construir un mundo cooperativo, donde todos reconozcan sus diferencias, y a la vez, su igualdad fundamental: un mundo nutrido por una rica diversidad cultural, pero que asegure a cada uno el goce del respeto y la armonía.


(Material basado en La Sabiduría para ser feliz y crear la paz vol. 2. capítulo 6)

© Humanismo Soka - 2024

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