Humanismo Soka
Cuando era niña, vivía junto a su padre y su hermana menor en el campo. A los seis años, cuando sus padres se separaron, las hermanas repentinamente no volvieron a ver a su madre. Su ausencia les generó una profunda tristeza y como su padre no podía cuidarlas, las dejó en un colegio de la ciudad. Sin embargo, debido a un conflicto familiar tuvieron que abandonar la escuela y tiempo después separaron a las hermanas, llevando a la menor a un colegio en Cañuelas, mientras que Susana se quedó en una escuela secundaria en Buenos Aires. No obstante, por ese entonces, decidió abandonar los estudios.
Fue testigo de la desmejoría gradual de la salud mental de su hermana. Los profesionales que la atendían expresaron que «no tenía solución» y, cuando su padre falleció, Susana se hizo cargo de ella yendo a verla constantemente al hospital donde se encontraba internada. En medio de esta realidad, se enteró de que su madre, de quien no había tenido noticias desde su niñez, se encontraba en un hospital psiquiátrico y se reencontró con ella yendo a visitarla con regularidad. En aquel entonces, Susana no estaba segura de qué manera podría ayudar a su familia.
«En el fondo sentía mucha tristeza», nos comparte Susana. Se preguntaba por qué le tocaba atravesar circunstancias tan dolorosas. Así fue que en 1976, cuando tenía treinta y dos años mientras trabajaba en un negocio familiar ubicado en Villa Urquiza, una señora se le acercó y le transmitió el budismo. Susana entonces comenzó a participar de las reuniones de diálogo y de estudio de la Soka Gakkai, y decidió recibir el Gohonzon.
Por aquella época también conoció a Carlos, con quien más tarde se casaría y tendría dos hijas. Aunque él nunca practicó el budismo, siempre le brindó su apoyo en todas las actividades que realizaba y expresó su percepción de que «el budismo es bueno».

Susana junto a su familia.
Cuando comenzó a realizar la práctica del daimoku, Susana todavía sufría por las condiciones en las que su familia se encontraba. Sentía que su vida era muy triste. En ese momento, sus compañeras de fe la alentaron a hacer todo el daimoku que pudiera, con la convicción de que «cuando cambies vos, va a cambiar tu situación».
«Hasta que con el daimoku me di cuenta: esta es la misión que yo tenía que cumplir. Nací para cumplir esta misión. Ahí sentí un alivio grande, y agradecimiento a mis padres. Pero esto es por el budismo, no es otra cosa».
Con el tiempo, Susana construyó una gran familia. Sus hijas la acompañan y apoyan, y sus seis nietos le traen una inmensa alegría. «Toda esa tristeza de mi juventud, ahora se convirtió en una felicidad enorme».
Luego de sostener su fe durante casi cincuenta años, Susana nos comparte que su decisión de apoyar absolutamente a los jóvenes en sus actividades es el motor que la impulsa cada día. «Mi deseo es que los jóvenes puedan concretar todos los objetivos que se propongan. Ellos me inspiran. Digo: ¡cuántas cosas hacen! Valoro mucho a los jóvenes de la Soka, con su amabilidad, la cortesía… Es algo hermoso».
Además, nos comparte: «Aunque a veces me cuesta entender teóricamente, siento algo muy profundo. Quiero ser mejor persona cada día».
Nos cuenta que, antes de practicar el budismo, le costaba comprender a quienes eran diferentes a ella, pero que, gracias a las actividades de Gakkai, pudo expandir su corazón y aprender a abrazar a todas las personas tal cual son.
Actualmente, Susana se está desafiando en participar de las reuniones de diálogo de Villa Urquiza, en transmitir la filosofía del budismo de Nichiren a más personas y en sus actividades en el grupo Índigo y Orquídea. Como este grupo realiza manualidades, algo que para ella representa un reto, afirma: «Sigo desafiándome en aprender». Con mucha dedicación, también cuida las numerosas plantas de su hogar, y todos los días camina hacia las actividades para mantenerse en movimiento. Recalca que lo más importante para ella es el daimoku, que realiza asiduamente cada día.

En su hogar, realizando la práctica budista.
Una de las frases que atesoró durante todos estos años, pertenece al escrito de Nichiren Daishonin titulado La felicidad en este mundo expresa: «Sufra lo que tenga que sufrir; goce lo que tenga que gozar. Considere el sufrimiento y la alegría como hechos de la vida, y siga entonando Nammyoho-renge-kyo, pase lo que pase. ¿No sería esto experimentar la alegría ilimitada de la Ley?» [1]
CITAS
[1] Los escritos de Nichiren Daishonin (END), Tokio: Soka Gakkai, 2008, pág. 715.